Sin duda sabemos que la Iglesia fue más autoritaria antes
del Vaticano IIº. Pero no es, ni hoy, un modelo de dulzura
pastoral ni de luz evangélica. En este prado eclesiástico,
todavía las definiciones arbitrarias siguen comunes entre
los párrocos, los comités litúrgicos, los Papas...y otros
muchos.
Estos domingos, poniéndole paréntesis a Marcos, escuchamos
la historia de la distribución de los panes y peces
encontrada en el texto de Juan. El evangelista nos invita
a ser más auténticos y reales en nuestra celebración de la
Cena del Señor. Juan nos habla, no de una comida para los
élites, sino de una mesa abundante para todos. Cinco mil
invitados traen presupuesto alto y gran sentido de fiesta.
El milagro fue no excluir a nadie; la historia proclama la
existencia de una comunidad eucarística, en la cual nadie
pasará hambre ni tendrá sed.
Jesús quería llenar las masas con cosas buenas. Sabemos
que los milagros suceden, no en lo material, sino en las
personas. Jesús partió el pan y la gente respondió de
forma positiva.
Los milagros suceden entre las personas que los necesitan.
No hay milagros para los élites y arrogantes, sino para
las muchedumbres con sus quejas reales. Los pobres buscan
a Jesús y quieren aprovechar su presencia allí para comer.
¿Y por qué no? Piénsenlo; ¿había algún otro que se
molestara por ellos?
El grupo alrededor de Jesús no era de élites como los
nósticos del pasado o los del Vaticano hoy que parecen
cambiar el evangelio en una meditación trascendental.
Los fieles del pan partido no piensan de esa manera; ellos
ven el Cuerpo de Cristo como un don que sirve a todos los
reunidos para su toque, alimento y consuelo. No es el pan
eucarístico que establece la comunidad, sino la comunidad
que hace la eucaristía.
El pan de la misa, como el pan de ese día de milagros, no
excluye a nadie ni es de unos cuantos familiares o amigos
para su celebración de una liturgia perfecta. La señal del
mensaje eucarístico de Jesús se encuentra sólo en la
abundancia de la comida que se reparte entre todos.
Celebrando la eucaristía debe animarnos a buscar la manera
de alimentar a todos del barrio.
Jesús compartía el pan con los que sufrían de la soledad y
el dolor y, a la vez, celebraba con los que daban sus
primeros pasos hacia una vida creadora y liberadora.
Nosotros podemos compartir y captar el sentido de esta
acción del Señor. Por ejemplo, participamos en la
eucaristía, no porque las liturgias están perfectamente
coordinadas, sino porque nos sentimos recogidos por los
que nos aman, parten el pan y nos ofrecen la copa. No se
necesita un lector perfecto o un cantante que sostiene
todo un coro con sus cuerdas vocales; ni hacen falta
homilistas de lengua dorada, sino personas que se
identifican con el pueblo y dan expresión a sus sonrisas y
lágrimas.
La eucaristía significará más que una obligación dominical
si aprendemos a vernos con amor y apreciar el hecho de
estar juntos, cuando vemos el pan del altar sólo como una
parte del alimento que se da al vecino necesitado o damos
una morada a los que no tienen casa. Tendrá sentido cuando
proveemos un supuesto derecho al trabajo, no para destruir
sindicatos y los sueldos justos, sino como la oportunidad
ofrecida a todo ser humano para cosechar el fruto de sus
labores.
La eucaristía no es un rito cultual, sino la expresión de
nuestra vida compartida en el Señor Resucitado quien vive
solidario con los demás. No es la liturgia, sino la vida
la que debe tener sentido cuando nos reunimos para cantar,
conversar y llegar a ser vecinos.
A pesar de lo que sea la Iglesia en sus estructuras
pesadas, nosotros que nos reunimos alrededor de esta mesa
del Señor tenemos que vivir como Jesús. Será una vida rica
y arriesgada, una vida vivida para con los demás.
Donaldo Headley
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