Este Cuarto Domingo de Pascua abre nuevas posibilidades, no todas muy agradables, para nosotros que compartimos la misión y ministerios de la Iglesia. Debíamos haber notado que las lecturas después del Domingo de Resurreción hablan de eventos bastante desagradables. Los discípulos reciben golpes y están encarcelados, el Cordero Pascual (Jesús mismo) es sacrificado, y el Buen Pastor nos informa que unos adversarios nos intentarán quitar del abrazo de Dios. Nada de esto ayuda para un paso tranquilo del Antiguo al Nuevo Testamento.
Sospecho que la Iglesia cita estas escrituras con el propósito de quitarnos nuestra euforia inicial sobre la Resurrección de Jesús. Las distintas narraciones de la Resurrección, sea de Marcos, Mateo, Lucas o Juan, existen para enviarnos a funcionar en un mundo que duda de nuestros motivos. Al invitarnos a participar en el Concilio Vaticano Segundo, el papa Juan XXIII informó a los miembros de la Iglesia que nuestra reunión tenía que ofrecer al mundo una alternativa a las injusticias, al agoísmo y apatía que lo oprimía. El se quejaba de las tecnologías desarrolladas después de la Segunda Guerra Mundial que habían mejorado la vida a unos cuantos comercios y naciones dejando a grandes poblaciones en la miseria. Hoy vemos el resultado de las causas analizadas por él al medir la riqueza conjunta de sólo doce familias particulares en los Estados Unidos que controlan 42% de todo lo que existe dentro de sus fronteras sin hablar de sus negocios en otros lugares. ¿No escandaliza esto más que acercarse a la comunión sin haberse confesado?
Estas lecturas claramente revelan que las normas para compartir la comunión en “la fracción del pan” se basaron, no en la limpieza del alma individual, sino en la disposición del pueblo reunido a compartir el pan de su propia vida. No fue la confesión de pecados la que encadenó los tobillos de San Pablo, sino su insistencia en la igualdad entre todos los que compartían la vida del Resucitado. Su prédica fue herejía para las religiones históricas y subversión para los gobiernos arbitrarios. Pablo y Bernabé fueron echados de la ciudad, Antioquía de Pisidia, insultados y condenados. Según los Hechos de los Apóstoles, si no hubieran salido, la gente los habría matado. Una pregunta: ¿Qué dicen los líderes eclesiásticos hoy sobre la realidad del sexismo, racismo y privilegio económico que los apóstoles declararon muerta con Cristo, desapareciendo para siempre en su resurrección?
El Libro de Revelaciones es un texto apocalíptico tejido de los símbolos presentes en el Antiguo Testamento para subvertir el Imperio Romano. Somos injustos al leerlo como una profecía moderna. Nos presenta un hecho cumplido; Cristo, a pesar de todo el mal que nos rodea, ya ha ganado la batalla en contra de las opresiones impuestas sobre los pueblos y el mundo. ¿Nos pone incómodos saber que nuestra importancia hoy se determina por el deseo de teñir nuestra ropa con la sangre del Cordero? ¿A quién pertenecemos? ¿Somos el último elemento del mundo corrompido y fragmentado o el primer elemento que proclama su redención y sanación?
La tercera lectura es del Evangelio según Juan. Se selecciona de un texto que se encuentra exactamente a la mitad del libro. El Buen Pastor nos informa que él es, a la vez, Pastor, puerta del redil y el cordero degollado. También él se declara una misma cosa con el Padre. El pasaje tiene un solo propósito; nos dice que ha comenzado el proceso en nosotros que nace de la Encarnación. Como la Palabra de Dios se ha humanizado, nosotros nos divinizaremos, amando como Dios ama.
Ya vivimos por igual la vida de Cristo Resucitado, esta vida responsable del Buen Pastor quien es una misma cosa con el Padre. Esta humanidad compartida de Cristo tiene el poder de transformar el mundo como Juan XXIII quería. Ya podemos amar, abrazar y sostenernos, los unos a los otros como Dios siempre lo ha hecho. Pero hay que preguntarnos: ¿Podemos aceptar el reto que Dios nos da en Cristo Resucitado, siendo y haciendo para los demás lo que Dios ha sido y hecho con nosotros? ¿No es esto el verdadero desafio en el tríptico divino de la Creación, la Encarnación y la Resurrección?