Por muy viva y ágil que sea nuestra imaginación, algunos de nosotros nos quedamos en blanco cuando pensamos en cómo será el cielo. Estamos tan atados al tiempo presente y a la materia de nuestra tierra que todas nuestras ideas sobre el mundo del más allá permanecen ligadas a imágenes de este mundo.
“¿Tomaremos helado en el cielo?” Así los niños de la escuela primaria podrán imitar a los que le preguntaron a Jesús: “¿Nos casaremos en el cielo?”
En el Apocalípsis, las imágenes son más grandes y ambiciosas. Fuera un visionario o soñador, el narrador nos impresiona con una escala que incluye toda nación, raza, y lengua, todos vestidos en trajes largos y blancos, llevando palmas ante el trono y el Cordero.
Aquéllos son los que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero … Ya no sufrirán hambre ni sed. Él los pastoreará y los guiará a fuentes de agua viva; y Dios les enjugará toda lágrima de sus ojos.
Pero ¿cómo podemos concebir suficientemente bien la vida eterna, el destino de los acogidos por la vida y la muerte de Cristo? En los Hechos de los apóstoles, se anuncia la promesa de una vida más allá, pero no nos da muchos detalles de cómo será. Y en el cuarto evangelio, Jesús nos recuerda: “Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán.”
Sólo podemos imaginar cómo será una vida así, y todas nuestras ideas estarán cargadas de los límites de la vida que vivimos ahora. Además, es inevitable que los límites de la experiencia de este mundo promuevan el esceptisismo sobre la vida después de la muerte.
En mis clases de filosofía, se teje rápidamente una red de incredulidad cuando tratamos del destino final de los seres humanos y de la inmortalidad del alma. “¿Cómo puede tener la vida después de la muerte alguna relación con esta vida cuando nuestra experiencia está tan basada en el cerebro? Nuestros recuerdos, nuestras alegrías, los placeres de los sentidos, las caras de los seres queridos todo esto parece ser tan inseparable de este mundo y de nuestro cuerpo.” Una observación reveladora. Hasta el gran teólogo Santo Tomás de Aquino caviló que el alma, separada del cuerpo después de la muerte, estaría de alguna manera radicalmente incompleta, carente del cuerpo que informó. Ciertamente, si no tuviéramos cuerpo, no podríamos hablar de inmortalidad personal. Los Pepes y las Marías no son “almas;” son almas encarnadas. Afortunadamente para Santo Tomás de Aquino, el creer en la fe cristiana de la resurrección del cuerpo, pudo dar solución a estas cuestiones inquietantes de la razón. No solamente se nos promete una vida eterna a nuestros almas sino también a nuestros cuerpos.
Pero, esto no lo deja todo aclarado. ¿Cómo serían tales cuerpos—supuestamente fuera del espacio y del tiempo? Pero así es precisamente. No están en la tierra. Y la tierra no puede contener suficientemente su realidad.
Para mis estudiantes, entonces, les propongo un experimento teórico. Imagínense que estamos en un útero-clase. Somos un grupo de fetos extraordinarios, somos consientes, y podemos hablar de nuestra condición. Lo que nos preocupa es la salida regular e inevitable y la desaparición de nuestros hermanos y hermanas. Nos parece una experiencia temorosa, no únicamente para el que se arranca de nuestro estado agradable de una manera prematura sino para todos nosotros. Nunca los vemos más. Se han ido. Lo único que nos queda es su recuerdo y nuestro luto.
Entonces uno se pregunta. ¿Podría existir otra vida, una forma de existencia más allá del útero tan conocido y seguro? ¿Podría existir otro mundo más allá de los límites de nuestra experiencia?
Un feto-filósofo en ciernes, claramente en el camino al escepticismo, lo considera imposible. ¿Cómo puede existir vida después de la muerte del útero? Toda manera de alimento—oxígeno, sangre y nutriente—ha desaparecido. Se corta el cordón. ¿Cómo puede haber vida sin ello? Cualquier prueba que tenemos indica que no podríamos tener vida sin ello.
Desgraciadamente, los fetos que han pasado al otro lado, no vuelven para decirnos (tal vez no puedan) lo que pasó cuando murieron para nosotros y salieron de nuestro mundo. No pueden informarnos sobre lo que pasa en el otro lado por las limitaciones de nuestra vida-útero, negando su entrada directa en nuestra vida.
Pero, supongamos que sí pueden. Uno vuelve para informarnos sobre lo que encontró al otro lado.
Sé que tienen una vida maravillosa aquí, pero esto sólo es preparación. Ustedes dicen que la vida fuera del útero es imposible, pero únicamente porque el útero tiene límites. Piensan que no podría haber ni comida ni oxígeno sin el cordón umbilical. Pero sí que hay. Lo crean o no, recibirán alimento, pero entrará por la boca. Y la boca se utiliza para muchas más cosas que simplemente chupar, respirar o comer. Hablarán y cantarán, besarán y llorarán. Y los brazos y las piernas harán más cosas de lo que pueden imaginar al patear y nadar por todas partes. El mundo nuevo más allá del útero se relaciona con lo que ustedes son ahora, pero es maravillosamente diferente. Todos los dones que tienen ahora sólo son chispas de lo que llegarán a ser.
¿Podría ser así con nosotros? ¿Estamos todos a punto de nacer? ¿Y
esos escasos pero asombrosos momentos de amor exultante y de
entendimiento luminoso sólo nos dan a entender lo que ningún ojo ha visto y ningún oído ha escuchado completamente?