Un año antes de morirse, mi padre me dijo (creo), “Es increíble lo rápido que pasa el año.”
Era a finales de la primavera, y se acababa el semestre académico, así que me fue fácil identificarme con lo que me decía. “Sí, me parece mentira que ya estemos en abril. Apenas sé los nombres de mis estudiantes.
Su esposa, unos años después, expresó sus propios sentimientos sobre el transcurrir del tiempo. Una madre joven con tres hijos le preguntó, “Debe ser maravilloso, ahora que usted tiene tiempo para hacer todo lo que quiera sin todas las exigencias y las prisas de una familia con niños en la etapa de crecimiento, ¿verdad?”
A veces, los años pasan volando. Hay días cuando yo, hijo de mis padres, me pregunto: ¿Cómo dejo que se me escape todo tan rápidamente? ¿Cómo puedo cuidarlo mejor para que no se me escape? ¿Cómo puedo verlo mejor?
Nuestro año nuevo empieza con la celebración de María, la madre de Dios, quien “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” Y el Evangelio nos cuenta de los pastores que dedicaron tiempo para acercarse al misterio y vieron a María, a José y al Niño. “Cuando lo vieron, lo entendieron.”
Aún la fiesta antigua de la Epifanía celebra nuestro acto de ver, nuestro testimonio del misterio que Dios podría encarnarse tomando nuestra propia forma de carne y hueso. A la luz de la Encarnación, con la revelación de Dios en Jesús, todo cambia, se transforma todo lo ordinario del ser humano, todo lo común y corriente llega a ser transformado y bienaventurado.
Un conocimiento de cómo Dios “se revela” en cada día, como la gracia del Señor se manifiesta en cada año enumerado, nos permite conservar cada momento cuidadosamente mientras el tiempo pasa como un relámpago. Llegamos a saborear la vida, y nuestras acciones de gracias penetran nuestro ser más profundamente.
Si de verdad entramos en la revelación de la Navidad, si realmente la saboreamos y de esta manera saboreamos la vida que Dios nos ha dado, puede que nos encontremos formando parte de la larga marcha de testigos, enviados en todos los tiempos y a todas las naciones, para dar la bendición de Dios que recibimos del Libro de Números: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.